12 octubre 2014

El cine negro fluye en LA ISLA MÍNIMA.


Hay películas que se encuadran dentro de un género y permanecen
como símbolo de una categoría. Recuerdo la película magnífica de
José Luis Garcí, El CRACK. Cuando Alfredo Landa cambió  el registro de sus personajes clásicos de ligón de suecas en Benidorm por el del detective Germán Areta recibió el aplauso general del público. Ahora, otro gran actor como Javier Gutiérrez se adentra
en un personaje camaleónico acorde con un pasado oscuro que debe
ocultar.   


Pero a veces, al hablar de una película de género, concretamente de
las llamadas de "cine negro", parece que se pretende empequeñecerlas.

Creo que con la ISLA MÍNIMA, de Alberto Rodríguez, disfrutamos
de una historia de cine negro con mayúsculas. Ya  nos sorprendió con
GRUPO 7.
 

El arranque de los primeros planos, con fotografía cenital de las
marismas del Guadalquivir trata de hipnotizar al espectador. Puede
que nos invite a descubrir y a encajar las piezas de un rompecabezas
de agua y fango.



El cine se mueve en terrenos pantanosos para inquietarnos y adentrarnos
en  una sociedad que vive una época que trata de sacar la cabeza fuera del
agua (la historia se repite, aunque con motivos distintos). Roza temas
tan palpitantes y desgraciados como la violencia machista, la explotación
represora para aplastar los enfrentamientos entre terratenientes
y peones que se tratan de organizar sindicalmente; el trapicheo de la droga
y el contrabando en esas humildes barcazas, la prostitución...

Documenta la  curiosa evolución de las escuchas teléfonicas policiales.
Un "pinchazo" antes era un "pinchazo", ahora son controles sutiles  de
redes sociales, historial de llamadas y correos electrónicos.

Esas piezas se superponen en los años 80: tratamos de  escapar del
franquismo y encauzar la dureza de aquellos años hacia  el sugerente
siglo XXI. Los años pantanosos de la transición y la esperanza de los
tiempos actuales se vislumbran a través de dos policías que se enfrentan
a un caso  macabro: el brutal asesinato de unas adolescentes. 

Redunda la fotografía.  espléndida,  en tonos de imágenes fractales
llenas de calma,  de tonos verdes, cobaltos, azules... que serpentean
tratando de escapar de una vida de misería en los latifundios andaluces
o de atrapar la mínima esperanza de una vida mejor en la tierra prometida
de una Marbella reluciente e irreal. 



Fluye el Guadalquivir y transcurre una película brillante que tensa los nervios
del espectador. Acabas sintiéndote atrapado por ese ambiente de los 80 y que
 guarda un asombroso parecido con lo que nos toca vivir.

   

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