14 septiembre 2011

Vida rutinaria tras el jolgorio

Tras las fiestas patronales que proliferan
en todos nuestros pueblos volvemos a la rutina.
Y esa vuelta a la vida normal nos muestra que
con frecuencia, hacemos planes cada fin
de semana. Queremos romper la monótona
rutina y a partir del viernes nos preguntamos
que podemos hacer el fin de semana. Queremos
planificar unas diminutas vacaciones para variar.
Nos gusta hacer algo distinto y decidimos consultar
rutas y escapadas a sitios repletos de alicientes.
En cierto modo hemos perdido la paciencia, que nos
recomienda esta canción de Gary Barlow y Take That.

Resulta curioso como hemos cambiado en sólo dos generaciones.
Nuestros abuelos no tenian alternativas y no existian
los fines de semana. No tenían que programar unas
vacaciones o un "puente" que alargaba un fin de semana.
Su vida transcurría por una senda monótona que reducía
los días a una repetición de acontecimientos similares:
el trabajo, la partida de cartas en el bar con los amigos,
los domingos al cine, salir a dar un paseo y vuelta a empezar.
Era una vida tranquila y rutinaria, sin mucho donde gastar
y con poco que gastar.
Esa apacible rutina se marchó a comienzos de los
años sesenta y actualmente todo el mundo huye de la pegajosa
rutina. Se hace imprescindible buscar novedades porque no
es suficiente dar un simple paseo por el parque o por la
plaza de nuestro pueblo. Tenemos que coger el coche y
decidir el viaje para ir a comer fuera, o buscar una casa
rural donde dormir o... en último extremo pasar la tarde en el
centro comercial más cercano.

Cada año hay que planificar nuestro destino vacacional.
¿Qué país queremos conocer? ¿Qué pintoresco lugar nos han
recomendado nuestros vecinos o amigos? ¿Qué exótico crucero
nos proporcionará más ciudades y aventuras?
¿Quién nos acompañará? Porque mucha gente no sabe estar
nunca solos.
Considero que muchos matrimonios o parejas (que son más
frecuentes hoy en día) guardan dos misteriosos
secretos: Permanecer en casa el menor tiempo posible
y cuando salen no hacerlo en pareja sino en grupo.
Para muchos resulta insoportable estar solos porque
se aburren. Se angustian por estar sin esas reuniones
y sin planes de fin de semana. Obligado resulta formar
un "corro" hasta para ver la televisión. Relacionado con
esto suelo recordar que Arthur Schopenhauer mantenía que
"el instinto social de los hombres no se basa en el amor
a la sociedad, sino en el miedo a la soledad"

La parejas, hoy en día, comparten largos trayectos
en coche y las breves noches de amor. La pareja ya
se ha dicho todo y algo ha de hacer para
escapar del silencio: menos mal que la televisión
y el grupo de amigos le ofrecen un refugio, que evita
la intimidad de la pareja.
No hay mucho que decirse porque se han dicho casi todo
durante la enésima barbacoa entre amigos.

Sin embargo, aún existen parejas que mantienen una
convivencia tradicional y viven como antes: sin esa
cadena de planes para escaparse en busca de gente.
Permiten que las cosas vengan con naturalidad, no les
inquieta ser cómplices por compartir la soledad y no
se dedican a hablar por hablar, que suele derivar en
repasar los chismes de otros vecinos o amigos.
Y les resulta suficiente con estar juntos, y compartir
la cercanía. Esos matrimonios gozaban de una mayor solidez
y estabilidad que las parejas de la sociedad actual. Porque
en estos tiempos de redes sociales, se frivoliza con llamar
amigos a cualquiera. Los contactos configuran la red social y lo que
importa es el grupo. Ese grupo o manada nos defiende contra
la soledad. Se olvida que se puede disfrutar de la convivencia
entre dos, entre otras cosas porque entre una pareja no
existe la envidia, que acostumbra a nacer entre los más
allegados. Mi admirado Javier Marías, dice en su última novela, algo
así como que debes temer más a un amigo envidioso que a un enemigo declarado.
Pero eso ya es otro cantar y uno de los mejores puede ser
recordar la interpretación de "Caruso" por Pavarotti.

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